347. La aneda del Flaco yendo y viniendo a Pinamar me hace acordar a una vez que volviamos con Nussbau--- desde Gesell. Tardamos 36 horas en llegar a San Clemente y 3 horas desde San Clemente a Santos Lugares, en donde nos dejó un tipo en una chata. No me olvido más del viaje en el 183 a las 5 de la mañana cabeceando hasta Palomar. Teníamos 15 años...
Hoy, si mis hijos hiciesen algo parecido, a mí me internan. -¡No! ¡Sin cinturón de seguridad no! ¿Nuestros viejos eran tan inconcientes? ¿O nosotros somos tan pelotudos?
Hernán.
348. Una oscura mañana del invierno de 1978, rumbo a Palomar en el San Martín. En Caseros sube un destacamento de la Base, de los que salían en las camionetas azules. Estábamos sentados en un asiento de cuatro. En el otro, a nuestro lado, un tipo solo con un paquete envuelto en diarios en la falda, sentado del lado de la ventanilla. Por la puerta alejada entró un soldado, aún colimba, con el casco camuflado, chaleco antibala hasta las piernas y un FAL apuntando al techo, demasiado grande para el tercio corto del vagón donde estábamos ubicados.
El tipo de al lado apretó el paquete, el colimba bajó el FAL y se lo puso entre ojo y ojo. Si pudiera bajarlo de la USB sería la foto de la década. A cuál de los dos le dio mayor susto, imposible saberlo. Justo entró un suboficial y constató que en el paquete llevaba un sándwich. Le pidieron documentos, (al tipo, no al sándwich). Cuando el colimba nos los pidió a nosotros el suboficial miró los escudos y le dijo: -No, son amigos...
Cuando vemos alguna película donde al personaje un traje le da poderes especiales lo tomamos como ciencia ficción. Resulta que es verdad, en ciertas circunstancias, dan poderes especiales.
349. Cuando el sol asomaba por las mañanas molestaba el reflejo que entraba por la ventana. Con el mero fin de perturbar la clase, siempre alguno levantaba la mano y luego decía que hacía visera “por el sol”. Justamente, en una de esas clases “la Bolognese” (Historia, 1ro. 1ra.) una mañana nos llegó a informar que “según los autores el sol podía salir por el Este o por el Oeste”.
350. Salvo y su omnipresencia en las mesas de examen. Andaba siempre risueño y en yunta con el h. de p. de Morabito, aunque no era tan choto como el barbudo. En Mecánica casi que no lo sufrimos. Ciertamente, siempre estaba en alguna mesa de examen, igual que Robledo.
351. 2do 2da. Nelson, Menénd--, creo que Mely, yo y alguien más estábamos invitados a un cumpleaños de unas minas en El Palomar. Desconociendo el ambiente adentro y suponiendo boludeces, dimos vueltas más o menos 1 hora 45 minutos por la cuadra de la casa. La relación con las minas venía por el lado de Daniel, pero era más bien indirecta. Cuando al fin decidimos entrar las chicas nos recibieron con buena onda y la cosa progresó bien.
A los 5 minutos exactos cayó un amigo de las pibas con sus amigos, una especie de horda troglodita que ocupó todos los espacios. Con nosotros buena onda pero no eran nuestra onda. Tampoco la de las pibas, que vieron con horror el levantarnos e irnos, al ruego implícito de “no nos dejen con estos”. Se optó por una retirada prudente [ver cuadro “Amarga Primavera”]. No sé si esos flacos esa noche tomaron mate. Nosotros, ni siquiera llegamos a calentarles la pava. Eso sí, se la dejamos con agua, encima de la hornalla y con los fósforos cerca.
Raúl
352. La historia transcurre dentro de un interno de la línea 29, esquina de Luis Maria Campos y Lacroze. Un carterista intenta una de las suyas y mi vieja se aviva. La Vieja se pone loca, le hace frente y a los empujones e increpándolo hizo bajar del bondi al punga. Se lo dijo bien clarito: “¡Bajate... O saco el fierro!”
En su poder tenía el elemento que le daba seguridad: no era ni una Bersa ni un .357. Era más poderoso: envuelto en un fino brodery se asomaba el eje roscado del extractor de poleas que nunca terminé. Al igual que el banquito de Raúl, mi extractor de poleas también cumplió su estoica tarea.
Gogui
353. Una de las dos primas de Menénd--, Silvana, estaba bastante buena. Era una especie de Laura Ingalls pero a los 15 uno se permitía enamorarse de cosas así. Aunque a ambas se las frecuentaba esporádicamente y con decoro porque estaba la familia de por medio (y porque no daban bola). De hecho aprendimos cosas muy interesantes, como que “Amar sin ser amado es como limpiarse el culo sin haber cagado”.
354. Otro precursor de las motos junto con Ariel fue Charly y su Siambretta.
355. Después del partido que perdimos con el equipo down en la quinta de Pancho [ver anécdota # 26‑c], los dos equipos se fueron de cabeza al australiano. Llámenlo discriminación, miseria humana o lo que gusten, pero mi pensamiento pasó por lo que adultos "normales" hacen en una pileta por no ir al baño. Calculé en ese momento que la lógica indicaba una exasperación de eso y ni toqué el borde.
Raúl
356. En Química de Cuarto Brusellas nos dividió en grupos para hacer unos experimentos en el laboratorio, con los que boludeamos varias clases. Con un aparato cuyo nombre no recuerdo, Hernán, Rossy y yo teníamos que procurar la separación de los elementos por efecto de la electricidad. Salió más o menos bien y en uno de los tubos se acumuló hidrógeno, lo que fue “demostrado” cuando al abrir la válvula se avivó fugazmente la llama de un fósforo que le arrimamos. En nuestro informe final pontificamos alegremente que habíamos logrado reproducir “una bomba H en miniatura”. Brusellas casi nos manda a directo a marzo.
Lo cierto es que yo fui a parar a diciembre. En el examen nos tira algunas preguntas, un par de redox (todo fácil hasta ahí) y se descuelga con un último ejercicio importante, totalmente incomprensible. Jorge López tenía el mismo tema que yo en un banco de al lado. Pasa el Mono Robledo -infaltable en las mesas de diciembre- y pregunta cómo vamos. “Más o menos bien, pero el último ejercicio nunca lo vimos”, contesto con pánico. Era verdad. Robledo lo mira y se va del aula. Al rato vuelve y en otra pasada me tira un bollo de papel con todo el ejercicio resuelto. Compartí el botín con Jorge, entregamos la hoja y, luego de zafar unas preguntas orales, comenzaron nuestras vacaciones. Brusellas nunca se enteró que no había enseñado ese tema.
Nelson
357. En el vestuario de la quinta de Pancho dormíamos en bolsas dispuestas tal como se ordenan los cadáveres de una catástrofe en un gimnasio. De 20 a 25 pelotudos sobre un cemento de dureza special K. La guerra de zapatillas en plena oscuridad -oscuridad absoluta, de no distinguir la mano delante de los ojos-, era un ejercicio letal. No ver una Adidas 43 viniendo a gran velocidad a la cara, tirada con toda la mala leche para que pegue y dañe, hacía que el impacto fuera sorpresivo, inatajable, sin la menor posibilidad de cubrirse. Se llegaban a ver luces multicolores cuando se la recibía a pleno en el rostro. En la negrura total se sentían gritos, risas, golpes duros, quejas de dolor y ecos de las paredes al recibir zapatillazos sin destino de piel...
358. Entre la quinta y la Ruta 23 había una instalación del Club Maccabi. Recuerdo pasar por delante junto con otros vándalos, haciendo el saludo nazi desde la caja del Rastrojero rojo del casero. (El mismo casero que coleccionaba en frascos las yararás que encontraba cuando cortaba el pasto donde nosotros jugábamos a la pelota...).
Una vez unos pendejos medio villita nos tiraron piedras desde la calle, que ahí era de tierra. Yo les tiré un tiro con el aire comprimido de Gogui al lado de los pies, que levantó una nubecita de polvo. Pegó donde quería, a modo de advertencia. Los pibes se fueron corriendo puteándonos. Hoy, en esos lares, pibes de esa misma edad, nos contestarían con un fuego nutridísimo de 22, 32 y todos esos cachivaches con que salen a afanar.
Raúl
359. Otra mundialísima de la vieja de Gogui, que era de armas tomar. Plena dictadura. Ensayábamos a todo forro en su casa, en una habitación del primer piso de una esquina con todas las ventanas a la calle. A 100 m. el Hospital Militar, con centenares de militares viviendo en el barrio. Tocan el timbre. Era un cana de la Federal que venía a hacernos quilombo por el barullo. Baja la vieja de Fabi las escaleras hasta la puerta que deja ver la silueta del botón a través del vidrio. Bajita, menudita pero con toda la polenta de una tucumana feroz. El cana le hizo la venia y le dijo que bajáramos el volumen. En esos tiempos y por esos barrios uno hacía lo que la policía ordenaba, pero la vieja de Fabi le mandó:
-¡¿PERO DONDE ESTAMOS, EN UN PAIS COMUNISTA?! ¿ES UNA REPUBLICA SOVIETICA, QUE NO SE PUEDE HACER NADA?
El cerebro del cana se hizo telgopor. No sólo era el cómo se lo decían sino el qué. El qué tenía un peso extraordinario. Jamás escuché a nadie a quien se le haya ocurrido (al menos con vida, claro) contestarle al orden constituído acusándolos de ser los fantasmas que veían en todas partes. El cana se fue y se hizo adicto al mantecol. Nosotros seguímos tocando, a todo forro. Hubo Madres de Plaza de Mayo, nosotros tuvimos a la Madre de Concepción Arenal.
Raúl
360. Así como Inodoro Pereyra dice tener una nariz con “olfato direccional”, el Gordo López lograba con su olfato verdaderos estudios ginecológicos.
361. El Cuaderno de Concepto.
363. “Talquito” en un baile se hizo llamar “Alexander”. Pasó a la posteridad como “Alexander Zapallosky, Cabezón sin destino”...
364. Hubo otro tema que distinguió a Maisl--, además de su éxito musical post-Base (por cierto, mucho más trascendente que el de “La Hormiga”...) Se trataba del color de su blazer en Tercer año: un azulengo medio clarete, como lo certifica la foto de fin de curso (la misma en que Fidel exhibe orgulloso su permiso de examen para diciembre).
365. También Charly rompió los sacrosantos cánones del uniforme y, fingiendo síndrome agudo de daltonismo, en Sexto se apareció con un blazer negro. El tipo juraba y rejuraba que era azul muy oscuro, pero nadie le creía. Ya la Dictadura empezaba a ablandarse y no sufrió persecuciones institucionales.
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